Cuantificar el mundo que nos rodea está impreso en el ADN humano.
Tiene sus ventajas si aventajamos al número. El pluviómetro nos dice
cuánta lluvia; el anemómetro, cuánta velocidad; la temperatura, el
termómetro con sus máximas y mínimas...
Pero, ¿para qué?
Para conocer el lenguaje de la naturaleza, para conocer en nosotros
mismos la paciencia y el mimo en la escucha.
Para todo eso es nuestra caseta meteorológica.
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